Dejen de hablar de laicismo y miren enfrente la realidad
Vivimos en una sociedad que cada vez saca más a relucir el laicismo. Este fue un debate del siglo XX que ha tenido dos puntos centrales en Francia y en Turquía. En el caso más cercano a nuestro contexto, la cuestión fue intentar frenar a la Iglesia católica, que el Estado francés consideraba con desconfianza.
Resulta forzado aplicar ese debate del siglo XX, Iglesia-Estado, a la sociedad vasca del siglo XXI, ampliamente descristianizada en términos de valores y de prácticas compartidos, por penosa (y discutible) que sea para algunos católicos esta constatación. También cabe poner sobre la mesa otro elemento sin duda llamativo: una financiación pública de las actividades de la Iglesia católica que supera los 3500 millones de euros en 2005.
¿Quién se cree que vivimos en algún tipo de Estado laico o aconfesional? ¿Dónde se hicieron los funerales de Estado por las víctimas del 11-M? ¿Acaso el Jefe del Estado, Juan Carlos de Borbón, tiene alguna limitación para mostrar y practicar públicamente, en horario de trabajo, su al menos aparente confesión religiosa?
Pienso que algunos responsables con capacidad decisoria en el ámbito de la inmigración y de la interculturalidad deberían hacer un escaneo muy preciso y detallado de esta singular forma de Estado laico o aconfesional antes de decir a los miembros de minorías religiosas que tales o cuales cuestiones no son posibles porque afectarían a la laicidad o a la neutralidad de las instituciones, o porque darían connotación religioso-cultural a la labor de las entidades públicas. Sugiero que esas personas pongan un poco los pies sobre la tierra para que vean que viven en esta Península del Sur de Europa, no en algún tipo de base cientifíca de la Antártida, donde una nueva sociedad podría crecer.
En pleno siglo XXI no es de recibo que se bloqueen asuntos y reformas concernientes a minorías religiosas carentes de poder económico y político, como la musulmana, cuando el sistema lleva siglos decantado abiertamente a favor de una opción religiosa concreta, respetable, que a medio plazo tendrá que competir, con o sin ayuda pública, por el espacio de las convicciones espirituales íntimas.
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